jueves, 9 de agosto de 2018

SEXUALIDAD, HOMOSEXUALISMO, PEDERASTIA … MIS VIVENCIAS.




Me llamo Antonio, tengo 60 años y nací y crecí en un pueblo muy pequeño de las sierras que rodean la Ciudad de México, por el rumbo del Ajusco. A los dieciocho años emigré de mojado y volví a mi pueblo cuando ya tenía 26. Hice una especialidad agraria y por muchos años trabajé en escuelas secundarias del Estado de México. Y en ese estado permanecí hasta que un hijo mío nos convenció a mi esposa y a mí de mudarnos con él y su familia a Cancún.


Aunque la iglesita de mi poblado no pasaba de ser un jacalito y el sacerdote nos visitaba al mes o a los dos meses, siempre fuimos familia cristiana católica y profundamente enamorados de la Guadalupita.

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El catequista del pueblo era don Vicente. Había estado en el seminario cuando era muchacho, pero, por la persecución religiosa y la guerra cristera, como tantísimos otros, tuvo que correr por su vida. Después ya no regresó al seminario. Se casó y vino a ser padre de once hijos y abuelo de treinta y siete nietos. Pero, para entonces, ya era viudo.

La autenticidad con la que enseñaba impresionaba a chicos y grandes y era, posiblemente, la persona más respetada del poblado.

Él y su hermana preparaban a los niños y niñas para la Primera Comunión y ellos eran también un punto de referencia necesario cuando alguna pareja quería casarse.

Quiero narrar aquí algo que, cuando sucedió, yo lo sentí de lo más natural y no me llamó la atención de manera especial. Ahora, muchos años después y mirando la vida para atrás, valoro aquello como algo sumamente importante y decisivo en mi vida.

Recibí mi Primera Comunión con 10 años. Uno o dos días antes don Vicente y una hermana suya nos llevaron a un pueblo de vecino, la señora “al mando” del grupo de niñas y don Vicente como “encargado” de los varoncitos. Cuando llegamos, don Vicente nos reunió a los chavos en una punta del atrio de la Iglesia y su hermana a las chicas en la otra punta del atrio. Ibamos a hacer nuestro primer examen de conciencia para la confesión y don Vicente nos enseñaría a hacerlo.

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Nos habló de la sexualidad. Nos dijo las cosas muy claras. Yo no lo sentí como una intromisión en mi privacidad y no creo que ningún otro chico lo sintiera así. Nos dejó claro lo que es el querer de Dios y lo que es el pecado. Y nos dijo que, por más feo que lo sintiéramos, todo lo que hubiéramos hecho debíamos decírselo al padrecito en la confesión. Y era tan firme su autoridad al enseñar que creo que cada quién si dijo en la confesión lo que le correspondía decir.

Cuando mis hijos fueron llegando a la edad de la Primera Comunión y los mandé al catecismo, con los tres me pasó que “las catequistas”, y también “los catequistas”, cuando tenían que hablar de los mandamientos y explicarlos, al llegar al sexto “pasaban sobre él de puntillas y a toda velocidad. Cuando, en el caso de mi hijo mayor, vi lo pobre que era la catequesis que recibía a cerca del sexto mandamiento, hablé con la catequista a cerca de ello y su respuesta fue que así como se les enseñaba a los chicos estaba bien.

Decidí hacer con cada uno de mis hijos lo que don Vicente había hecho conmigo … ayudarle a hacer su examen de conciencia y hablarle claramente del designio de Dios sobre la sexualidad humana. Y lo mismo hice con sus hermanos llegado el momento. Mis palabras los hicieron sonrojar, pero creo que mis hijos aprendieron a confesarse con verdad y que lo han hecho así durante toda su vida.
 
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En tiempos recientes, por desgracia, en nuestra Iglesia Católica se han dado bastantes casos de escándalos por parte de algunos sacerdotes y, sin pretender generalizar ni decir que en todos los casos pasó así, yo quiero compartir una experiencia que comenzó cuando yo aún estaba en primero de secundaria.

En mi poblado no había escuela primaria completa y la que había era una de esas escuelitas donde un solo maestro se hacía cargo de todos los grados. Pero, cuando pasábamos a quinto grado, mis padres nos hacían ir a clase al poblado vecino, al otro lado de un pequeño río que bajaba de los cerros, donde sí había primaria completa y donde, a pesar de no ser tan grande el pueblo, también había secundaria. La habían construido en tiempos del presidente Lázaro Cárdenas; y habían construido también un albergue donde se hospedaban durante la semana los alumnos que llegaban a estudiar desde otros poblados.

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De mi pueblo a la secundaria hacíamos como cuarenta minutos caminado. Procurábamos juntarnos en grupo todos los que íbamos y, casi siempre, yo me añadía para caminar al grupo de un primo mío llamado Andrés, un año más grande y un grado por delante de mí. Casi siempre con ese grupo también caminaba otro adolescente del pueblo llamado Felipe.

Cuando yo comencé la secundaria, ya hacía unos cuantos años que la SEP (secretaría de educación pública, para que entiendan los que lean esto y no son mexicanos) venía sobre-sexualizando a los niños y adolescentes con sus nefastas clases de educación sexual. Y, como a cientos de miles de chicos y chicas mexicanos a lo largo de muchísimos años, a ese Felipe las clases de educación sexual le hicieron muchísimo daño.

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Por alguna razón, que no recuerdo, cerca del fin de las clases de mi primer año de secundaria, debió ser un viernes, nos hicieron salir temprano de las clases. Ya hacía buen tiempo y de regreso a nuestro poblado todo el grupo nos metimos al arroyo a refrescarnos. Quizás fuera el agua fría afectó mi panza, la cuestión es que yo necesité salirme del agua para ir a hacer esa necesidad fisiológica mayor que nadie puede hacer en lugar mío. Me fui un poco más arroyo arriba, me oculte entre las matas del monte y me dediqué a hacer aquello para lo que fui.

Terminada de resolver mi necesidad, me volví hacia donde estaba el grupo y … con tristeza tengo que decir que vi a mi primo Andrés y a Felipe que estaban practicando juntos lo que les habían enseñado de educación sexual en el segundo grado de la secundaria. Ellos no me vieron y yo me mantuve oculto hasta que ellos regresaron a donde estaban los demás. Esperé un poquito y también yo me fui para allá.

Lo que vi, por al menos un mes, no lo hablé con nadie. Con nadie de mi edad y, como pasa con muchos chicos, menos aún con un adulto.

No recuerdo bien cómo se dio, pero en otra ocasión más, ya en tiempo de vacaciones, los volví a ver a mi primo y a Felipe “haciendo el mismo jueguito que hicieron en el río. Esta vez mi primo se dio cuenta que yo los había visto y, después, me dijo que, si yo le daba oportunidad, Felipe de seguro que iba a querer hacer conmigo lo que hacía con él.

No voy a negar que sentí curiosidad de “probar”, pero también sentí un muy profundo rechazo hacia ello.

Si no recuerdo mal, fue en ese mismo verano que llegaron al pueblo unos seminaristas para hacer una misión en tiempo de vacaciones. Ahora eso se hace mucho en todas partes de México, pero yo creo que aquella vez fue una de las primeras misiones de verano que hicieron los seminaristas. Se repitieron por dos años más y, después, ya no las volví a ver hasta que regresé a mi pueblo con veintiséis años y mi experiencia de mojado.

Creo que la razón más importante por la que no me olvido de esa primera misión en el pueblo es porque a mi abuelo le produjo disgusto grande ver quién era el sacerdote que acompañaba a los seminaristas.

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Le decían padre Juan. Mi abuelo conocía al papá del padre Juan. Mi abuelo había sido cristero. Se había ido del pueblo para el lado de Michoacán para unirse a los cristeros. Por unos cuantos años estuvo en la guerra y no volvió al pueblo hasta que se terminaron las matanzas de cristeros realizadas por el gobierno después de que terminó la cristiana. 

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Mi abuelo alguna vez estuvo a los tiros con el papá de este tal padre Juan. El papá de este padre Juan había sido “oficial” de las brigadas de agraristas que lucharon a las órdenes de Putarco Elías Calles contra los cristeros.

Mi abuelo decía del padre Juan que  a “ése” no debían haberlo hecho sacerdote, que era un comunista. Y que, además, era indigno porque tenía mujeres.

En el pueblo no había mucho qué hacer ni con qué divertirse. Así es que todo el chiquillerío del pueblo participamos en la misión y nos pasamos algo así como dos semanas yendo y viniendo a cualquier lado con los seminaristas y en las misas que daba el padre Juan.

Dentro de las actividades de la misión, el padre Juan invitó a los chavos que quisieran a conocer el seminario y estudiar allí. Yo dije que quería ir. Mi primo Andrés también quería.  A los que dijimos que queríamos, el “padre Juan” nos llamó a hablar en privado con él.

A mí me preguntó unas cuantas cosas íntimas de mi sexualidad. Y yo le dije la verdad de lo que me pasaba porque desde chavito don Vicente me había enseñado a tener total confianza en los sacerdotes. No me confesaba con frecuencia porque el sacerdote no venía con frecuencia. Pero cuando venía, yo procuraba ponerme pronto en la fila de las confesiones porque, si no, después se amontonaban las señoras grandes y quizás yo ya no alcanzara para confesarme.

Supongo que el tal padre Juan a todos nos preguntó lo mismo. Quizás no a los de primaria, pero a los de secundaria creo que sí. De hecho sé que sí porque después mi primo Andrés hizo referencia a ello.

Supuestamente mi primo y yo estábamos aceptados para ir a conocer el seminario, pero mi abuelo les dijo a mis padres y a mis tíos que no … que ese padre Juan era un comunista y que él no quería a sus nietos bajo la influencia de ese hombre. Mi primo y yo no fuimos al seminario. Ni siquiera a visitar.

Del pueblo fueron al seminario menor al menos nueve. La mayoría eran de los que debían comenzar sexto de primaria. De secundaria fueron Felipe y, al menos, otros dos. De los de primaria regresaron más de la mitad. Felipe y otro chico fueron aceptados en el seminario.

No me acuerdo bien de la sucesión de los tiempos y de cómo se fueron dando las cosas, pero si recuerdo, y lo recuerdo porque me impresionaba mucho tanto por el lado de la curiosidad como por el lado del rechazo, que en los días previos a que Felipe y los demás se marcharan para comenzar el seminario, mi primo Andrés me decía que estaba raro que el padre Juan lo hubiera aceptado a Felipe para el seminario siendo que de por sí aquella vez que nos llamó a platicar con él a solas, Felipe le tenía que haber contado que le gustaban los chavos. No lo dijo así, sino más a lo paisano, pero eso es lo que me quiso decir.

 Y nuevamente mi primo me “invitó” a que aprovechara la oportunidad de “jugar” con Felipe, que él la iba a aprovechar porque, una vez que Felipe se fuera al seminario, quién sabe cuanto tiempo pasaría hasta que lo pudieran hacer nuevamente.

Felipe terminó su secundaria viviendo en el seminario. En tiempo de vacaciones Felipe pasaba unos días en el pueblo. Y mi primo Andrés aprovechaba para “volver a jugar” con el. Felipe también estudió la preparatoria en el seminario.

Mientras estudiábamos la secundaria, que era una técnica agraria, el gobierno construyó una escuela de bachillerato técnico agrario. En esa escuela Andrés y yo estudiamos la preparatoria.

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Un poco antes de que yo me fuera de mojado, supe que aquel tal padre Juan había sido nombrado rector del seminario mayor. Y que Felipe ya era seminarista mayor. La verdad es que yo en aquellos años no entendía mucho de eso.

Creo que saber que el padre Juan había sido nombrado rector del seminario fue uno de los disgustos más grandes que se llevó mi abuelo en toda su vejez. Ni una sola vez yo le había oído a mi abuelo una palabra irrespetuosa contra un sacerdote y, mucho menos, contra un obispo. Pero sí dijo mentadas de madre, y muchas, contra ese obispo que había nombrado al padre Juan rector del seminario. Será por eso que yo nunca lo olvidé.

Antes de irme de mojado yo ya andaba noviando a la que ahora es mi esposa. Irme de mojado yo lo veía como una necesidad para juntar centavos y poderme hacer mi casa y casarme con ella.

Estando de mojado falleció mi abuelo. Lógicamente, yo pude estar en su funeral. Y poco antes de que yo decidiera volverme a México por mi cuenta para evitar que la migra me deportara, supe por carta de mi novia que Felipe se había ordenado sacerdote. Y que le hicieron fiesta en el pueblo por su cantamisa. Era el primer sacerdote nativo del lugar.

De verdad que todo eso producía dentro de mí unos sentimientos profundamente contradictorios, pues me acordada de los juegos de Felipe y de Andrés; y, además,  yo había pasado por situaciones muy desagradables con sacerdotes de los lugares por donde yo viví y trabajé.

Cuando yo volví al pueblo después de mi época de mojado, Andrés ya tenía dos bebés, uno de menos de dos años y uno de brazos. Recuerdo que le hice la vacilada de que llamara a su “amigo” Felipe para que le bautizara el más chico. Lo primero que me dijo es que “ese padre puto” nunca tocaría a ninguno de sus hijos. No creo que me olvide nunca de las mentadas de madre que, acto seguido, me regaló Andrés por decirle eso.

Con el paso de los días Andrés me platicó que en varias ocasiones en que Felipe había regresado de visita al pueblo, incluso un año antes de ordenarse, y ya teniendo él a su mujer, Felipe lo había buscado para hacer con él aquellos juegos que siendo chavitos hicieron en el río.

Y yo me preguntaba dentro de mí … ¿POR QUÉ LO DEJARON SER SACERDOTE? Porque yo entendía que, si eliges ser sacerdote, renuncias no nomás a tener esposa, también renuncias a andar con viejas de cantina y hasta a chaquetearte. Y, si renuncias a eso, con mayor razón no tendrás derecho a hacer porquerías con otros hombres. De Felipe puedo pensar que con viejas de cantina no anduvo, pero, por lo que parece, a usar su mano y a estar con otros hombres no renunció.

Felipe había pedido en el pueblo ser él quien bautizara a los niños que fueran naciendo. Felipe no bautizó al hijo de Andrés. Tampoco los míos. El mismo año que regresé me inscribí para estudiar una especialización agraria. Antes de un año ya me había juntado con mi esposa, aun sabiendo que era un pecado grande vivir con ella sin casarnos. Tres años después me casé por la Iglesia.

Dios me regaló tres hijos. Uno vive aquí en México y dos en Estados Unidos.

Cada cierto tiempo se daba una ocasión para que “el padre Felipe” regresara por el pueblo. Ya tendría como nueve años el hijo mayor de Andrés cuando, en una visita que hizo Felipe al pueblo Andrés casi se va a las manos con él.  Andrés se enojó demasiado y le gritó … “si te acercas a mi hijo, aunque seas sacerdote te mato”. Decirle eso a Felipe generó tal disgusto en el pueblo contra Andrés que tuvo que irse a vivir a la ciudad de México.

Siempre he creído que en el pueblo yo nomás sabía lo que había pasado por años entre Felipe y Andrés. Y, por mí, hasta el día de hoy nadie lo ha sabido.

El tal “padre Juan” fue rector del seminario por más de veinte años. Desde siempre y hasta el día de hoy los rumores a cerca de las mujeres que tenía y de los hijos que le nacieron no se terminaron nunca. Lo sucedió en el cargo uno de los primeros que se ordenaron sacerdotes siendo él el rector. Duró menos como rector, pero lo fue por unos cuantos años. De hecho, al menos tres rectores sucesivos fueron alumnos del seminario en los tiempos que el tal padre Juan era el rector. Y a los tres se les vieron trapos sucios.

Como el sol no se puede tapar con un dedo, los chismes de que al “padre Felipe” le gustaban los hombrecitos se fueron haciendo cada vez mayores. Y se avivaban cada vez que al padre Felipe lo trasladaban de una iglesia a otra. Y, desgraciadamente, también se decía eso de otros sacerdotes.

Ahora, después de tanto sufrimiento pasado en mi amada madre Iglesia, yo me hago esta reflexión 

1.-¿Por qué los catequistas dejaron de hablarles a los chicos con verdad y franqueza a cerca de la sexualidad y, de ese modo, poner un freno al daño que hacían en ellos las clases de educación sexual de las escuelas? ¿Lo dejaron de hacer nomás porque da cierto sentimiento de vergüenza al adulto hablarle de ello a los chicos? Porque yo siento que desde hace muchos años hay una intención positiva de negarle a los chicos y los jóvenes la verdad y la doctrina católica sobre la sexualidad. Y, si mi sentimiento coincide con la realidad, muchos catequistas, religiosos(as) y, también sacerdotes, han cometido TRAICIÓN contra los niños y los jóvenes al negarles esa verdad.

Hay otras preguntas que yo me hago …

2.- ¿Nomás mi abuelo sabía que ese tal PADRE JUAN tenía mujeres y que era un “sacerdote indigno”? Ojalá que sólo haya sido por ingenuidad por lo que el obispo lo nombró rector del seminario.

3.-- Ese tal PADRE JUAN, ¿buscó ser sacerdote para servir a Dios y a su Iglesia? ¿O BUSCÓ SER SACERDOTE PARA DAÑAR A LA IGLESIA DESDE DENTRO?

4.- Cuando ese tal PADRE JUAN quiso entrar al seminario, ¿no hubo nadie que pudiera “investigar” un poco sus antecedentes? ¿O ALGUIEN DESDE DENTRO LE ABRIÓ CAMINO PARA QUE PUDIERA HACER DAÑO?

5.- Que los adolescentes le contaran sus problemas con la sexualidad, ¿no debió haberle servido este conocimiento a ese tal PADRE JUAN para, con caridad, dejar de lado a los que tenían problemas sexuales con los que en potencia, de chicos o de grandes, podrían dañar a otras personas? Porque lo que, a mi modo de ver, PARECE ES QUE EL USABA ESE CONOCIMIENTO PARA DESECHAR A LOS “BUENOS” Y SELECCIONAR A LOS DAÑADOS.

6.- ¿Es posible creer que en la selección de los seminaristas ese tal PADRE JUAN no obraba con la INTENCIÓN DE PROMOVER A LOS QUE UN DÍA PODRÍAN HACER MUCHO DAÑO A LA IGLESIA?

No ha de faltar quien piense que son locuras mías este modo de ver las cosas. Pero …

Yo tengo la profunda convicción de que la llegada de ese tal padre Juan al sacerdocio y su nombramiento como rector del seminario FUERON PLANEADAS Y EJECUTADAS CON ESTRATEGIA SATÁNICA para hacer a la Iglesia los DAÑOS MÁS GRAVEMENTE POSIBLES.

Las acciones del padre Juan a la hora de seleccionar a los niños para el seminario menor tenían como INTENCIÓN convertir el seminario en un ACOPIADERO DE JÓVENES DAÑADOS en su sexualidad, de modo que algún día, siendo ya sacerdotes, cayeran en la PEDERASTIA y, en vez de ser salvadores de almas, se convirtieran en escandalizadores del pueblo de Dios.

Mis tiempos de mojado los viví trabajando en los campos que rodean una de las más importantes ciudades Texas. 



Mi diversión de los domingos, cuando de por fuerza no tenía que trabajar, era ir a la iglesia de algún pueblo o ciudad cercano. Las iglesias eran como un imán que nos atraía a los mexicanos.

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Conocí bastantes sacerdotes que hablaban español, unos pocos mejicanos (lógico que hablaban español), algún italiano, varios irlandeses y dos polacos.

Y, como dije antes, tuve con algunos de ellos unas experiencias muy desagradables.

Uno de los irlandeses que conocí tenía de contrabando una novia mexicana. Yo se la espanté. Le dije a la mujer que meterse con un sacerdote era como hacer “Wey” a Dios. Se terminó la relación. Creo que fue ese sacerdote quien, de venganza, me denunció a la migra.

Repetidas veces me tocó ver sacerdotes que, después de echarse unas cuantas cervezas hablaban ciertas cosas que me hacían sentir avergonzado. Cuando estaban ya medio tomados era común que hablaran de “viejas” y del “CHINGADO PAPA” que no quitaba el celibato.

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Pero mi disgusto más grande fue cuando un sacerdote, uno de los polacos, que había sido rector de un seminario, dijo con vehemencia que ya era hora de que Juan Pablo II derogara la ley del celibato y que su manera de él de protestar contra ella era que él NO LES PONÍA A SUS SEMINARISTAS COMO CONDICIÓN PARA SER ORDENADOS QUE VIVIERAN LA CASTIDAD. Que nomás les decía que LO QUE HICIERAN no cometieran la estupidez de dejar que SE SUPIERA, porque SI NO SE SABÍA, ESTABA TODO BIEN, pero si se sabía, entonces los tendría que expulsar del seminario.

El que puso de rector a ese sacerdote, ¿No lo conocía?¿Y, si lo conocía, por qué lo puso?¿Con qué intención?

Yo entonces entendía casi nada de la vida hacia dentro de los sacerdotes, pero, después de que lo escuché decir las dos cosas, que lo hubieran hecho rector de seminario lo sentí como una TRAICIÓN a la Iglesia. Y me dolió, me dolió mucho, porque yo siempre amé a mi Iglesia Católica.

Yo tuve mis pecados con mujeres en mis tiempos de mojado, no lo voy a negar; pero creo que yo era bastante más casto que ese sacerdote polaco.

Hice muchos trabajos en mis tiempos de mojado, pero uno de los que menos me duró fue de jardinero en un seminario. Era un edificio todo nuevo. Las habitaciones de los seminaristas parecían de hotel; y eran para dos. La pared que daba al jardín era un gran ventanal.  El jardín era una belleza de las grandes.

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Sería al tercer o cuarto día de que yo estaba trabajando allí que una tubería de un pasillo se dañó y se botó agua por todos lados. Y, como yo ya había aprendido algo de plomería, me llamaron a arreglarlo. La llave general de corte para el agua estaba en una especie de armario pequeño empotrado en una pared de uno de los baños. Era un baño muy amplio con al menos diez regaderas y otros tantos lugares para “necesidades fisiológicas”.

Era la primera vez que yo entraba a los baños del seminario. No había más puertas que la del pasillo y las que daban a los “tronos”. Las regaderas no tenían puertas; ni siquiera cortina. Dos seminaristas recién bañados iban y venían desnudos por el baño. Me sentí profundamente incómodo, así es que me salí enseguida.

Yo sé poco y, además, ignoro mucho. Será por eso que yo me pregunto:

¿CON QUÉ INTENCIONALIDAD quien encargó al arquitecto diseñar los baños los pidió de tal manera que los seminaristas no pudieran tener privacidad? NO puedo creer que esos baños se hicieron así porque el sacerdote que los pidió, el arquitecto que los diseñó y el obispo que los aprobó obraron con INGENUIDAD.

Y, si no tenían privacidad en los baños, ¿se puede pensar que no hubiera algunos que tuvieran promiscuidad en los cuartos donde dormían?

Yo creo, aunque puedo estar equivocado, que esos baños y esos cuartos fueron diseñados así como UNA TRAICIÓN a la Iglesia y para DESTRUIR la capacidad de los seminaristas de vivir rectamente el CELIBATO.

Siento en mi corazón que INFILTRACIONES DE GENTE SICARIA DE SATANÁS DENTRO DE LA IGLESIA se han dado EN TODOS LOS PAÍSES DEL MUNDO. Y que los ESCÁNDALOS dentro de la Iglesia, sobre todo los de la pederastia, son el resultado de un PLAN DIABÓLICO diseñado desde hace más de sesenta años y fue EJECUTADO paso a paso EN TIEMPO Y FORMA para que quienes debían ayudar a sus hermanos a llegar a Dios fueran los que, por medio del escándalo, los pusieran en camino de condenación. Y, lo que más importaba a los enemigos de Dios, QUITARLE A LA IGLESIA SU CREDIBILIDAD COMO PUNTO UNIVERSAL DE REFERENCIA EN LO QUE HACE A LA VERDAD.

Veo, además, todo lo anterior como un PASO PREVIO Y NECESARIO para algo de una MALICIA INFERNALMENTE EXQUISITA:

la LEGALIZACIÓN DEL ASESINATO de los más débiles (aborto y eutanasia) y la DESTRUCCIÓN DE LA FAMILIA por medio de la PEDERASTIZACIÓN y HOMOSEXUALIZACIÓN de los niños y adolescentes.

Si no se enseña a los niños y adolescentes el valor de una sexualidad vivida según el designio de Dios. Si se malea su conciencia por medio de unas perversas clases de educación sexual. Si se inserta en la mente y en los sentimientos de la gente la idea de que todos los sacerdotes son pederastas …

Supuestamente, con eso, la Iglesia no tendrá autoridad moralque sí la tiene- para rechazar y condenar el maldito proyecto de la IDEOLOGÍA DE GÉNERO de matar a los débiles, destruir la familia y pederastizar y homosexualizar a la juventud.

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¿Qué derecho tiene la Iglesia para decir que es un crimen homosexualizar a los niños, si algunos de sus sacerdotes han cometido pederastia?

Lo tiene. TIENE TODO EL DERECHO.  Porque homosexualizar a un niño es un crimen. Y aunque algunos sacerdotes hayan cometido ese crimen, igualmente la Iglesia tiene todo el deber y la autoridad para decirlo y denunciarlo.

¿Qué derecho tiene la Iglesia para decir que es un crimen el aborto cuando algunos de sus sacerdotes hacen cosas que la misma Iglesia denuncia también como crímenes?

Lo tiene. TIENE TODO EL DERECHO.  Porque asesinar a los inocentes es el crimen más grande que se puede cometer. Y aunque algunos sacerdotes hayan cometido escándalo, igualmente la Iglesia tiene todo el deber y la autoridad para decirlo y denunciarlo.

Está claro que, desde hace más de medio siglo, el objetivo de los poderes mundiales sicarios de Satanás es dañar a la Iglesia desde dentro; y convertir en traidores a sacerdotes y gente de vida consagrada era, si no destruirla, porque eso es imposible, para anularla como autoridad moral, de modo que no pueda denunciar con credibilidad y oponerse con eficacia al proyecto de asesinar a los más débiles y destruir la familia.

ASÍ ES COMO YO VEO LAS COSAS Y NO CREO ESTAR LEJOS DE LA VERDAD.