FUI HOMOSEXUAL ACTIVO HASTA HACE TRES AÑOS.
Y procuro cada día, por este día nomás, no volver a hacerlo.
He sido un homosexual activo hasta que, hace creo que tres años, corrí la carrera guadalupana desde la Villa de
Guadalupe en la ciudad de México hasta la parroquia de Guadalupe de Cancún.
Me pesaba mucho mi vida de promiscuidad
homosexual y, cuando me ofrecieron correr para la Virgencita, vi en ello una
oportunidad que Diosito me daba.
Comenzamos el viaje de ida desde Cancún
el diez de noviembre para estar de regreso el día de la Virgen. Desde el primer momento del viaje
yo ya iba con la decisión tomada de que antes de comenzar a correr, allí en la
Villa, yo me iba a confesar. Y lo hice. Después, un mes corriendo la antorcha
en honor de nuestra Madre del cielo, para entrar en la iglesia de la
Guadalupana de Cancún antes de las doce de la noche del día 11 de diciembre.
Yo soy un yucateco hijo de un
veracruzano y de una mayita de hipil y rebozo. Mi papá creció entre las cañas
de azúcar y mi mamá en un pueblo del oriente de Valladolid donde sólo hablaban
español los que habían podido ir a la escuela, es decir, los jóvenes y los
niños.
La ocasión del encuentro entre mi papá
y mi mamá la dio el embarazo de la hermana mayor de mi mamá. Vivía en
Valladolid con su esposo y el embarazo venía mal. Mi abuela la mandó a mi mamá
a Valladolid a atenderla a su hermana hasta que naciera su bebé, que, finalmente,
gracias a Dios, nació bien. Fue una niña y es poco más de un año mayor que yo.
Nació el dos de Febrero y le pusieron Candelaria de nombre.

Fue para principios de Febrero de 1992
que mi jefe llegó a Valladolid. Iba a Cancún a buscar trabajo en la construcción,
pero se quedó a la fiesta. Y la conoció a mi mamá. Mi mamá ya no regresó al
pueblo y mi papá cada sábado bajaba desde Cancún a Valladolid para verla a mi
mamá. Dos meses después, mi mamá ya
estaba embarazada de mí. Ella tenía diecinueve años y mi papá veintisiete.
Otros dos meses después, mi papá ya había rentado donde vivir en Valladolid y
mi mamá se salió de la casa de su hermana.
Después que yo nací mis papás se
casaron. Mi mamá y yo vivíamos en Valladolid y mi papá seguía bajando cada
sábado desde Cancún para estar con nosotros. Mi mamá no quería irse a vivir a
Cancún para no alejarse demasiado de mis abuelos. Así duró hasta que yo tuve
ocho años. En esos ocho años mi mamá también tuvo dos hijas.

Pasó que mi jefe se quedó sin trabajo y
el dinero que tenía levantado se fue gastando, sobre todo porque había que
pagar dos rentas, una en Valladolid y otra en Cancún. No quedó más remedio y,
finalmente, mi mamá decidió que si se iba a Cancún con mi papá. Pronto mi jefe
volvió a tener trabajo y a mi mamá le fue muy bien vendiendo tortas a los
albañiles a la entrada de las obras.
A mis hermanitas y a mí nos llevaron
con mis abuelos al pueblo y nos encomendaron con ellos.
Yo recuerdo que me dio demasiada
rebeldía que mis jefes se fueran y nos dejaran en el pueblo. Yo no hablaba la
maya y de pura rebeldía tampoco quería aprender a hablarla. Mis hermanitas sí
la llegaron a aprender. Mi abuela entendía algunas palabras del español, pero
no como para poder conversar con ella.
Mi abuela era muy cariñosa conmigo pero, a causa del idioma, con ella no
me entendí nunca. Cuando me abrazaba me decía las únicas palabras en español
que ella sabía decír bien… m’hijo, te quiero mucho, m’ijo. También sabía decir
“borrachos”. Yo no entendía nada cuando ella hablaba, pero cuando la escuchaba
decir “borrachos” me daba cuenta de que algún adulto había hecho algo malo.
Mi abuelo si hablaba un poco más de
español, pero poco. De ahí que yo casi no hablara con él.
No hice demasiada amistad con los
chavos del pueblo. Un poco más con los morritos que eran mas amigos del
maestro. Con los demás casi nada.
Yo era flaco, más alto que los demás
chicos de mi edad y de piel más blanquita. Parecido a mi papá. En cambio, mis
hermanas eran tan mayitas como cualquier otra niña del pueblo.
Por ser distinto en mi físico y por no
hablar la maya, continuamente yo sufría eso que ahora llaman “bulling”. Yo era
el chilanguito, el "gavachito" del pueblo.
En el pueblo no había electricidad. Nos
levantábamos y nos íbamos a dormir a la misma hora que los pavos y las
gallinas. El desayuno de todos los días eran blaquillos revueltos con frijoles
refritos o frijoles “kabax”. Y tortillas. Tortillas a mano. Riquísimas. Y a la
escuela.
Mi momento grande del día eran las
horas de estar en la escuela.
Aunque el maestro también hablaba la maya, en la
escuela él y todos los morritos que aprendíamos con él hablábamos español. Habían
dos maestros y entre los dos nos tenían repartidos a todos los chavos, los más
chicos con uno y los más grandes con otro. En total no éramos mucho más de
treinta los alumnos.
Yo no quería que se terminara la mañana
y, mucho menos, que se hiciera de noche. Y no quería que llegara el viernes,
porque los viernes los maestros se iban. Me pequé a mi maestro como pollito a
la gallina.
A la mañana en la escuela, después de que mi abuela me diera mi
comida yo lo iba a buscar en la casa donde le estaban dando de comer a él. Y me
pasaba la tarde entera con él. Todos los días. Jugando bascket en la cancha,
paseando por el monte, acompañándolo al cenote. A donde los maestros iban, yo
iba detrás. Sobre todo detrás del que era mi maestro.
En realidad los maestros no eran
maestros. Era dos de esos jóvenes que se tenían enlistado en el CONAFE en esos sucesivos
programas de alfabetización rural del estado de Yucatán. Creo que tenían
dieciocho años. Vivían en el pueblo, dormían en la escuela, las familias se
turnaban para darles su comida -cada uno familia distinta cada día-. Y cada dos
viernes salían a Valladolid. Con esos maestros terminé mi tercer grado y
también estudié el cuarto de la primaria.
¿Y qué tiene que ver todo esto con mi
adicción a la promiscuidad homosexual? Tiene que ver porque ...
en ese pueblito
comenzó todo.
La casa de mis abuelos era una casita
de palitos y techo de huano. Al frente
de la casa estaba la cancha y del otro lado de la cancha la comisaría y la casa
ejidal, que sí eran construcciones de pared de material, pero que también
tenían techo de huano. El terreno de la casa de mis abuelos era como media
cuadra.
Los días que había luna, la cancha, la
comisaría y la casa ejidal se veían iluminadas y se sentía bonito mirarlas. Los
días que no había luna, estaba todo demasiado oscuro y hasta me daba miedo
mirar a la cancha. Más porque yo oía ruidos como de gente que pasaba, pero
apenas si se veían sombras.
Alguna vez le pregunté a mi abuelo quien andaba por
la cancha a la noche y mi abuela respondió inmediatamente que … “borrachos”. Y
pues eran borrachos los que en las noches oscuras andaban por la cancha. Sólo
que las sombras unas eran como de gente mayor y otras gente más pequeña.
Como a dos leguas caminando bajo el
monte había un pueblo más grande en el que sí había primaria completa con
maestros egresados de escuela normal. Había costumbre por esos años de hacer
algo así como mini olimpiadas escolares. Football, bascket y carreras alrededor
del parque. En la cancha se jugaban los partidos. Para correr, se pintaban con
líneas de cal las calles alrededor del parque al estilo de los estadios donde
corren los atletas.
Mi maestro nos eligió al hijo del
comisario y a mí para ir a competir. Fuimos caminando bajo el monte porque era
más corto que yendo por la carretera. Nos acompañaron mi abuelo y el comisario.
Los dos tenían compadres en el pueblo donde íbamos. Estuvimos tres días.
¡A ver si logro describir bien cómo fue
aquello!.
Habían morritos un montón, como de
cinco o seis pueblitos. Los ejidatarios
habían levantado una palapa bien grande en el patio al costado de la escuela.
Ahí nos daban nuestra comida y también ahí colgamos nuestras hamacas para
dormir.
Como los baños de la escuela no estaban
diseñados para tantos chicos, los ejidatarios habían cercado con palos y hojas
de huano un pedazo del terreno de atrás de la escuela, el cual, a su vez,
estaba dividido en dos … la parte que estaba más contra el monte era para hacer
las necesidades mayores; y la que estaba adelante era para bañarse.
Los dos días que hicimos noche en ese
pueblo nos hacían entrar a bañar por grupos como de diez chavos. Y uno o dos
maestros se bañaban a la vez que nosotros.
De accidente yo ya tenía visto alguna
vez desnudos a mi papá y a mi abuelo, pero quedó ahí nomás. En cambio, verlo
desnudo a mi maestro, y a los otros dos maestros que también vi, en medio de
todos los morritos también desnudos eso sí me impresionó.
No se explicar cómo
fue esa impresión, pero no fue nada sexual como lo entiendo ahora, pues para
esa edad mía yo acerca de la sexualidad no tenía ni idea. Pero sí me
impresionó. Alguna vez, cuando ya era más grande, recordando aquellos días de
la competencia, me vino a la memoria que alguno de los morritos le dijera a
otro que a la noche se iba a pasar a su hamaca y que iba a jugar “chiquil” (cosquillas)
con sus huevos. Yo no entendí que quería decir con ello y no le di importancia.
Ahora, que soy adulto, y veo la vida
para atrás, creo que esos maestros no debieron mostrarse desnudos delante de
nosotros y que nos debían haber hecho bañar con un short, un pantaloncito
corto. No había ninguna necesidad de que los chavos nos viéramos desnudos entre
nosotros ni de que los viéramos desnudos a los maestros.
Cuando fuimos a esas competencias
escolares debió ser tiempo de nortes, porque las dos noches pasé mucho frío en
mi hamaca. En la casa, en los tiempos de la “heladez”, mi abuela me daba una
cobija para envolverme y ponía brasas de leña debajo de la hamaca. Y así no
había tanto frío. Pero yo no había llevado cobija y tampoco le dije a mi abuelo
que me consiguiera una.
La segunda noche tuve tanto frío que me
fui a la hamaca de mi maestro y le pedí que me dejara dormir con él. Él me vio
temblando y me hizo entrar en su hamaca. Yo me pegué a su cuerpo y me abracé a
él con todas mis fuerzas para sentir su calor y calmar mi frío.
Y ojalá no hubiera pasado lo que pasó.
Mi maestro me comenzó a jugar mis
partes íntimas de un modo que me parecieron cosquillas pero que me hizo sentir
algo que nunca antes había sentido.
Yo sentía extraño lo que estaba pasando.
Era totalmente nuevo para mí. Mi maestro se debió dar cuenta de que ya lo había
sentido y, desde la hamaca saco una ropa sucia de su mochila, puso mi mano en
su pene, lo tapó con esa ropa y me hizo masturbarlo.
Sí lo sentía extraño lo
que estaba yo haciendo, pero yo entonces no sabía nada a cerca de la
masturbación ni podía saber que estaba masturbando a mi maestro. Hasta el día
de hoy nunca olvidé cómo sentí que mi mano se mojaba y cómo apestaba mi mano
después que se mojó. Primera y única vez que pasó algo así con mi maestro.
Para cuando tenía que cruzar a quinto
de primaria, mi mamá vino al pueblo a buscarme y me llevó a Cancún con ella y
mi papá. A mis hermanitas las dejó con mis abuelos.
Mi papá había conseguido un terreno y
había levantado una casita que nomás era un cuarto grande con cocina de un lado
y un baño sin terminar. No era de madera y huano, pero tampoco era muy distinta
de la casa de mi abuelo en el pueblo. Para llegar a la casa no había calle y el
agua la traían en pipas.
En la colonia donde mi papá construía
la casa la gente había separado un terreno para hacer una iglesia. Y habían
levantado una palapa con palos y láminas de cartón negro. En la palapa unas
madrecitas de blanco daban catecismo; y un día a la semana, pero no el domingo,
un padre, que parecía gringo, venía a dar la misa. Ahí hice mi primera comunión
porque todavía no la tenía hecha.
Cuando me confesé para mi primera
comunión sentí el impulso de platicarle al padre lo que me tenía pasado cuando
el torneo escolar. Y se lo platiqué. Me preguntó si yo sentía que eso era malo
y le dije que sí. Y me dijo que no lo hiciera nunca más con nadie.
Yo sabía que el padre tenía razón, pero
me dio coraje que me lo dijera.
Mientras duraron las clases del quinto grado en la
escuela de Cancún no recuerdo nada en particular que tenga que ver con el sexo.
Hasta me olvidé de la experiencia que tuve con el maestro. Sí volví a ver
desnudos esporádicamente a chavos de mi edad y más grandes. Pero no le di
importancia. De hecho, no recuerdo que pasara nada con nadie.
Distinto fue durante las vacaciones de
verano.
Yo extrañaba a mis hermanitas y le
decía a mi mamá que me llevara a verlas. Me llevó y me dejó casi todas las
vacaciones en el pueblo. No había escuela. Los maestros no estaban. Yo no tenía
con quién hablar. Hasta mis hermanitas preferían hablar la maya a hablar
español.
Llegamos de tardecita. Mi mamá se quedó
dos días y después se fue. Tenía que seguir vendiendo tortas a los albañiles.
Si ella lo dejaba de hacer, perdería sus clientes.
Al otro día de llegar, temprano a la
mañana, vi que algunos morritos estaban en la cancha. Y sali a estar con ellos.
Al verme, alguno gritó … “gavachoooooooo”. Se vinieron para donde estaba yo,
pero me hablaban en maya y me hacían molestar. Y, pues me volví a la casa y me
quedé con mi abuelo, él en su hamaca y yo en la mía. Lo sentí muy aburrido
aquel verano. Tanto me aburría que hasta de última ya me iba con mi abuelo a la
milpa y le ayudaba a criar sus ganados. Tanto estuve entre los ganados que
tener garrapatas y coloradilla era casi de a diario.
Calculo que faltaban pocos días para
que mi mamá me viniera a buscar, que una tarde el hijo del comisario, el que
vino conmigo y el maestro al torneo deportivo escolar, me llama y me dice que
si quiero salir a la cancha en la noche. Y me lo dijo en español.
Yo le dije que mi abuela no iba a
querer porque no había luna y cuando estaba oscuro los borrachos salían a tomar
su cerveza a la cancha.
Él nomás me dijo que cuando mis abuelos
estuvieran dormidos me escapara y me fuera para la cancha que él me estaría
esperando. Esperé que mis hermanitas y mis abuelos se durmieran y me salí para
la cancha.
No había luna y estaba muy oscuro. Allí
estaban los que habían sido mis compañeros en la escuela y algunos chavos más
grandes que estudiaban secundaria en Valladolid y por las vacaciones estaban en
el pueblo. Todos me hablaban en español. Y sí había cerveza. Y me dieron. Yo no
la había tomado nunca y me supo amarga y la escupí. Alguno dijo en español: “el
chilango no sabe tomar”.
Esa noche supe de primera mano a qué
salían aquellas sombras a la cancha las noches oscuras sin luna. No tardaron en
dejar la cerveza y uno de los chavos grandes dijo que ya era la hora de jugar
“chiquil” (cosquillas). Y pude casi ver, pues estaba bastante oscuro, cómo los
morritos que eran como yo empezaban a masturbar a los chavos mas grandes.
El
hijo del comisario me lo empezó a hacer a mí y ahí me acordé de lo que había
pasado con el maestro. Nunca había vuelto a sentir aquella sensación hasta esa
noche. Y, sin que el hijo del comisario me dijera nada, yo se lo hice a él
también. Y lo seguimos haciendo el hijo
del comisario y yo hasta que mi mamá vino a buscarme.
Nunca le dije nada ni a mis abuelos ni
a mi mamá. Calculo que yo debía tener once años entonces.
En esos últimos días en la casa de mis
abuelos se me trastocaron los sentimientos. Ya en Cancún empecé a hacerme
“cosquillas” yo solo. Como nosotros, en la colonia casi todas las familias
vivían en casas a medio construir y muchos chavos como yo y mayores se bañaban
fuera de la casa. Casi todos con pantalón corto, pero algunos de mi edad y más
chicos sin nada. Y yo comencé a mirarlos
y a mirar a los más grandes. Y también a mirar a las chavas.
Como era una colonia de terrenos
invadidos y sin los servicios más fundamentales, seguido andaban por allá
gentes del DIF. No recuerdo cómo se dio ni las fechas exactas, pero a unos
cuantos chavos de mi edad -varones y mujeres- nos invitaron a pasar un fin de
semana en un albergue juvenil que el DIF tenía sobre una playa.
Muchos detalles
no recuerdo de esos días, pero sí recuerdo que nos hacían bañar desnudos todos
juntos en las regaderas y que aquellos niños y yo jugamos “cosquillas” todos
con todos. Después que volvimos de la playa, casi a diario los chavos nos
íbamos dentro del monte y jugábamos las “cosquillas” allí. Un día apareció uno
más grande, de secundaria. Y pronto ése trajo a sus amigos de su edad.
Quizás fuera porque pasó lo mismo con
él, mi papá decidió que yo tenía que estudiar la secundaria en una escuela que
tuviera albergue y en la que hubiera maestros cuidando de nosotros y
disciplinándonos de día y de noche. Y me inscribió en la secundaria técnica de
un pueblo que está al lado del mar y que tenía albergue para los estudiantes.
Había maestros que vivían en el albergue y que, en teoría, nos debían cuidar
las veinticuatro horas. Pero a los que, en realidad, les importaba poco lo que
los chavos hiciéramos, con tal de que a ellos no los metiéramos en problemas.
Ya nomás la primera noche que dormí en
el albergue, al apagar las luces, el maestro de guardia dijo más o menos …
“miren, chavos, no quiero relajo; si van a hacer concurso de puñetas, a mí ni
me digan nada”.
Uno de los chavos de primero era un
repetidor que también venía de Cancún.
Ese chavo era muy experto en ese tipo de concursos y esa primera noche
masturbó a no menos de diez, incluido yo.
Durante el primer año de la secundaria
aprendí a tomar cerveza y a emborracharme.
A lo largo de ese primer año de
secundaria en esa escuela mi adicción a los actos homosexuales se hizo tal que
nunca más lo dejé de hacer hasta que me confesé en la Villa.
La primera vez que me hicieron sexo oral
fue en esa escuela. Creo que yo todavía estaba en primero y creo que aquel
chavo era de tercero, porque era bastante más grande que yo.
En las revistas pornográficas que los
chavos traían y llevaban ya lo había visto, pero también en esa escuela vi en
vivo por primera vez que alguien tenga sexo anal. Lo vi por accidente. Yo no
sabía que eso estaba pasando. Lo vi al maestro que habló del concurso de
puñetas hacérselo al repetidor que nos masturbó a unos cuantos aquella primera noche.
¿Cuántos compañeros sexuales tuve en
los tres años de la secundaria? Demasiados. Imposible saberlo. En unos cuantos
casos creí estar haciéndolo por primera vez con alguno de los chavos y resultó que ya lo
había hecho antes con él. Yo lo había olvidado.
Así fueron esos tres años. Durante el
tiempo de clases, con los compañeros de la secundaria. Durante las vacaciones,
en el monte con los chavos de la colonia.
La prepa la estudié en Carrillo Puerto.
Entonces no lo pensaba, pero creo que en mi jefe había una intención oculta que
lo movía a tenerme lejos de él y de mi mamá y que, por eso, me hacía estudiar
lejos de Cancún.
¿Por qué lejos de Cancún si en Cancún había secundarias y
preparatorias? Además, mi mamá ya tenía un puesto de comida económica en un
mercado y los dos ganaban bien sin estar tan atados al trabajo.
Como quiera que sea, me gustó la idea
de que mi jefe me hiciera estudiar en Carrillo. Algunos de mis compañeros de la
secundaria también iban a estudiar allí. Así es que nos pusimos de acuerdo entre
cinco para rentar juntos y vivir en la misma casa mientras duráramos en la
preparatoria.

Habíamos sido compañeros sexuales en la
secundaria y lo ibamos a ser también durante la preparatoria. Eso sí, guardando las apariencias. Nada de
nada que pareciera femenino.
No voy a decir en cuál de las escuelas
preparatorias yo estudié. Nomás que en la mía de los cinco yo soy el único que
se inscribió. Los demás se inscribieron en las otras.
La casita que rentamos era una palapa
de techo de lámina de cartón. Cuando llegaron los nortes hacía demasiado frío
porque el aire pasaba por entre las maderas. Así es que nos fuimos muchos días
a juntar cartones de los que se botaban en la tienda de la Conasupo. Y con esos
cartones forramos la casita por dentro para que no corriera el aire frio.
Lo único que teníamos de baño era un
rinconcito con una taza que ni puerta tenía. Era lo que teníamos para bañarnos
y para cagar. Nada retenía el aroma de las cagadas y nada impedía que nos
viéramos desnudos cuando nos bañábamos. Es más, queríamos vernos desnudos. Y
más que vernos desnudos.
Para mi primer semestre de preparatoria
yo ya estaba muy acostumbrado a tomar cerveza. Y ya había probado unas cuantas
veces la marihuana.
Cada domingo mi jefe me daba buen
dinero para la renta y para comer y mis gastos de la escuela. Pero muchas semanas
para el miércoles -o el martes- yo ya no tenía dinero. A la cerveza y la
marihuana en Carrillo le añadí la coca. Empecé consumiendo la coca antes de los
exámenes, para aguantar estudiando, pero después se vino a más. Igualmente creo
que mi adicción homosexual siempre fue mucho mayor que mi adicción a la
marihuana y a la coca.
Necesitaba dinero y no podía pedirle
más a mi jefe. Yo tenía que ver la manera de conseguirlo.
El mismo “problema económico” tenían
los chavos que rentaban conmigo. Y la misma necesidad de conseguir dinero.
Esa “necesidad de dinero” me llevó a
hacer las cosas que más lamento de mi vida.
Yo debía tener todavía quince años,
aunque no debía faltar mucho para que cumpliera los dieciséis. Uno de los
chavos que rentaba conmigo vino diciendo que había un profesor de su escuela
que pagaba por fotos haciendo sexo a los chavos de menos de diecisiete que
quisieran hacer buen dinero y supieran mantenerlo en secreto. Que había que
hacer lo que él mandara y que no había de qué preocuparse porque las fotos las
mandaba a Estados Unidos y Europa; y que nadie en México las iba a ver.
Resultó que el ya lo estaba haciendo y
que, lo supimos después, le habían ofrecido dinero por cada chavo nuevo que el
captara para las fotos. Los vicios mandaban. Los cuatro le dijimos que sí.
Cuando empezamos a hacer pornografía
con ese profesor los cinco ya sabíamos casi todo lo que se puede saber a cerca
del sexo homosexual. Si para antes de ir con él las calificaciones por nuestros
actos homosexuales eran de un siete, con él, en poco tiempo estábamos llegando
a un veinte.
Ese cabrón nos hacía hacer cosas y las
fotografiaba y filmaba. Hacía con nosotros pornografía infantil, pues todos
éramos chavos menores de edad. Pero, como todos estábamos bastante desarrollados,
podría pasar porque ya teníamos los dieciocho.
Cuando decidía que ya se terminó con
las fotos, dejába las cámaras de lado y era su turno de pasarla bien. El
compañero que nos llevó a esto decía que el profesor arreglaba también
encuentros entre chavos y adultos, pero eso yo no lo vi.
No sé a cuántos chavos el tenía
enganchados para las fotos y videos de porno gay, pero teníamos claro que no
éramos el único grupo. Ese profesor podía tener un buen plantel de chavos para
el porno porque le daban buen dinero por las fotos nuestras que él vendía.
Ya estábamos en el segundo semestre
cuando vino a la sesión de fotos un chavito de la secundaria. Tenía doce años,
pero estaba muy bien entrenado. De verdad que sí, muy bien entrenado. Y seguro que no lo había aprendido solo ni con
morritos de su edad.
Son para avergonzarse de por vida las
cosas que dejamos que ese chavito nos hiciera y las cosas que nosotros y el
profesor le hicimos a él. A él y a otros chavitos como él.
Como el profesor pagaba por traer chavos
nuevos, fueron llegando más morritos de la secundaria. Y también de las
primarias. El profesor nos dividió. A cada uno de los cinco que estábamos en la
prepa nos asignó dos o tres “amigos”. Lo que hacíamos con esos amigos más
pequeños ya no podía no verse como pornografía infantil.
Supongo que, además de lo que nos
pagaba a nosotros, debía pagarle bastante a otra gente porque hasta donde yo sé
nunca trascendió lo que hacíamos y nunca el profesor ése tuvo problemas a
consecuencia de lo que hacía con nosotros.
Dejé la prepa cuando debía haber
comenzado el sexto semestre. Resultó que mi jefe tenía otra vieja. Mi mamá lo
descubrió y lo dejó. Yo me regresé a Cancún con ella.

Ya la colonia había mejorado bastante,
pero aún estaban allí los chavos con los que íbamos en el monte. Volví a ir con
ellos. Y, como en Carrillo, también había chavos más chicos.
Uno de los chavos como yo de la colonia
me ofreció trabajar en algo que, según él, dejaba mucho dinero. Era chamba para
chavos de menos de dieciocho que parecieran de más de dieciocho. Y, aunque no
tuvieras dieciocho, debías decir que sí los tenías.
La chamba era hacer compañía a señores
que pagaban por la compañía. Y pagaban muy bien. Sobre todo eran turistas gringos y
gabachos, pero también mexicanos de otros estados. Bueno, algunos eran de
Cancún pero decían que eran de otra parte.
Hice buen dinero. Siempre tuve miedo de
que esa chamba se terminara conmigo dentro de una caja de muertos, pero no
pasó. Quizás porque parece que fui el preferido de un gabacho que venía a
Cancún hasta cuatro y cinco veces en el año y pagaba muy bien por mi. No sé
cómo le hizo pero me consiguió un pasaporte como que yo era de Guatemala y me
llevó a viajar con él a Venezuela, Argentina y Chile. Mi mamá nunca supo que yo
viajé fuera de México.
Por alguna razón ese gabacho no regresó
más a Cancún. Yo ya tenía los dieciocho años y mi miedo a terminar en una caja
de muertos aumentaba. Para ese tiempo mi mamá se junto con otro señor y, pues
yo ya no era nadie en la casa de mi mamá. Tomé la decisión de un momento a
otro y me fui para el pueblo de mis abuelos. Y me llevé mi dinero conmigo.
Más por miedo que por otra cosa aguanté
en el pueblo casi seis meses. Fueron seis meses sin marihuana y sin coca. Me
desenganché a la fuerza.
Los seis meses los aguanté sin salir a
la cancha las noches que no había luna. Porque lo de la cancha se convirtió en
una costumbre que iba pasando de más grandes a más chicos y que sólo se terminó
cuando el ejido consiguió un motor para dar luz a la cancha un par de horas a
la noche.
Cuando mi adicción homosexual se me
ponía demasiado exigente, me iba a Valladolid. Había unos cuantos lugares en el
centro donde podías encontrar a alguien que quisiera estar contigo y hasta que
te pagara por estar con él. Pero al otro día estaba de regreso en el pueblo. Yo
seguía con mi miedo de terminar en una caja de
muertos.

De Valladolid me fui a Campeche y de
Campeche a Veracruz y de Veracruz a Guadalajara. Por todos sitios donde pasé
fui buscando y teniendo compañeros sexuales. Los tuve de mi edad. Lo hacía con mayores que me pagaban
por ellos y pagué a chavos más chicos para que lo hicieran conmigo.
Mi dinero me duró poco. Ya casi no
tenía cuando supe que el nuevo marido de mi mamá la había dejado y que estaba
sola en Cancún. Me regresé con ella.
La tuve que buscar en su puesto del
mercado porque la casa la había vendido y se había cambiado de colonia. Eso me
hizo sentirme más seguro en Cancún. Y me quedé. Pensé que si no regresaba más
por aquella colonia y si no iba la puesto de comidas de mi mamá, nadie tendría
por qué encontrarme. Primero conseguí un trabajo de seguridad y empecé a rentar
por mi cuenta. Después mi mamá abrió otro puesto en otro mercado y me puso a
cargo. Y me paga bien.
Y creo que ya no se tiene que cumplir
mi miedo a terminar en una caja de muertos.
Mi actividad homosexual continuó.
Aunque desde que regresé en Cancún ya no lo volví a hacer con alguien más joven
que yo, de todos modos hacer eso progresivamente iba haciéndose más y más pesado
en mi conciencia. Me seguía dando coraje recordarlo, pero nunca olvidé lo que
aquel padre me dijo cuando me confesé para mi primera comunión … que era malo.
Pero yo no lo podía superar. Estaba
demasiado atrapado. Sentía que sólo Dios me podía sacar de ello, pero tenía demasiada
vergüenza hasta de pasar por la puerta de una iglesia. Desde mi primera
comunión creo que no había regresado por una iglesia más que un par de veces
para el doce de diciembre.

Como dije al principio, cuando unos chavos de los Alcohólicos Anónimos del 4º y 5º paso me
invitaron a correr la antorcha, sentí que Dios me daba la oportunidad. Y sí que
me la dio. Primero me confesé en la Villa y después hice el retiro de la Haciénda Santa María.
Llevo casi tres años que no tengo sexo homosexual con nadie. Muchas
veces no me aguanto y lo hago yo solo, pero ya no lo hice nunca más con nadie.
Y, sinceramente, sí me dan ganas, pero no quiero volver a hacerlo.
¿De dónde saco la fuerza para no volver a lo mismo? De la oración, de confesarme y comulgar y del apoyo enorme que encuentro en mis compañeros de 4º y 5º paso de Alcohólicos Anónimos.